A menudo relacionamos el retoque fotográfico con la era digital. Photoshop, Lightroom, Capture One y multitud de herramientas que actualmente nos permiten manipular la información que capturan nuestras cámaras y modularla a nuestro antojo.
Sin embargo, muchos no saben que el retoque fotográfico tiene sus orígenes en los inicios de la fotografía.
En los primeros daguerrotipos, cuando el fotógrafo comprobaba que los labios rojos de la modelo no aparecían bien definidos, y que tampoco aparecían con su color real en el soporte analógico, agarraba un pincel y los pintaba.
La baja sensibilidad de las placas fotográficas, la limitada gama de tonos y muchas limitaciones técnicas de esta tecnología recién descubierta, impulsaba a los fotógrafos a buscar la manera de mitigarlas.
Una de las primeras técnicas fue el "retoque a lápiz", que consistía en dibujar directamente sobre la emulsión fotográfica para corregir imperfecciones o realzar detalles. Los fotógrafos utilizaban lápices de grafito o pigmentos especiales, aplicándolos con delicadeza para no dañar la emulsión. De esta manera, se corregían imperfecciones en los retratos, como arrugas o manchas en la piel.
Los primeros retratos en exteriores requerían de un montaje, ya que la exposición podía durar un tiempo demasiado largo para congelar el movimiento en una instantánea y, por lo tanto, todo el mundo tenía que quedarse quieto, situado en una posición predeterminada, si no, no era posible realizar la toma con éxito.
O la “pintura fotográfica” es decir, añadir a mano el color a imágenes en blanco y negro.
Con el tiempo todas estas limitaciones técnicas han ido desapareciendo y, por otro lado, las herramientas de edición cada vez son más potentes, pero desde el principio de la fotografía siempre se han retocado las imágenes, es un hecho.
Este artículo no pretende abogar por la necesidad del retoque, simplemente pongo sobre la mesa la historia y que cada uno decida como vive y desarrolla su fotografía.
Joan Vendrell